Tarzaán

Alejandro Villalobos

Crítica

Paisaje , Pintura , Bienal

Tercera Bienal: La madurez al acecho

Por Álvaro Zamora | Junio 1988

Un vasto testimonio pictórico, jurado de primera línea y dos exposiciones complementarias, son los mejores aciertos de la bienal

Las dos experiencias anteriores han calado hondo en los organizadores, que esta vez trajeron a la bienal un jurado de gran experiencia y abrieron la posibilidad de comparar las obras del certamen con una muestra de pintura latinoamericana contemporánea y un pequeño testimonio de artistas costarricenses.

La exhibición principal esta constituida por 80 obras, seleccionadas entre las 500 que los pintores enviaron al evento. Algunos cuadros son de dudosa importancia, pero la mayoría es de razonable calidad. En todo caso, ahí están representadas las principales tendencias pictóricas que habitan el país, tanto en lo que se refiere a los proyectos expresivos como a las técnicas empleadas. El jurado se preocupó por dar espacio a las diversas fuentes expresivas que han marcado el rumbo de nuestra pintura, como es el caso del paisaje y de algunas muestras de realismo añejo o de preciosismo ornamental. Pero otorgo las menciones y el gran premio a pinturas de nueva sangre: arte de experimento e inconformidad.

El tríptico que obtuvo del gran premio suscita polémica, tanto por la ambigüedad de su tema, como por su realización plástica. En relación con el primer aspecto hay que decir que 8’-18' latitud norte, 78’- 92’ longitud oeste, de Alberto Moreno, es desigual, porque las intenciones del autor solo se evidencias por su palabra. La realización plástica no tiene esa carencia. Por el contrario, el tríptico es muestra de un buen oficio y plantea, entre otras cosas, un interesante juego de ruptura con los criterios academicistas de la perspectiva.

La mención concedida a Stanley merecería un comentario aparte, debido a la doble dimensión conceptual y exquisita resolución plástica de la obra. Curiosamente no le premiaron el cuadro mejor logrado, pero en su caso ese es un detalle de menor importancia. Otra mención acertada es la que dieron a Jose Miguel Rojas por Silvia y yo- ,que es una pintura de calidad superior. Rojas muestra una vez más, en esta bienal, que lo suyo es el oficio de pintor. Justa es la mención da a Lizano por las investigaciones que realiza en las fronteras de la pintura y la artesanía. Menos comprensible es la mención dada a Villalobos, cuyas distorsiones compositivas son sugestivas, pero carecen de la fuerza que se advierte en las otras menciones.

Como sucede siempre en certámenes de esta índole, algunas obras de calidad no recibieron otro premio que el de estar en la exhibición. Cabe mencionar, entre otros, la acuarela de Jones y esos acrílicos de magnifico cuño que presento González.

La exhibición merecía un montaje más cuidadoso. El gran premio esta en un lugar inapropiado. Algunos cuadros que obtuvieron mención tiene puestos privilegiados, pero otros están escondidos en algún rincón hecho con paneles. Hay cuadros mal distribuidos, espacios injustificados y secuencias inapropiadas. Todos esos detalles debieron ser mejor atendidos por los organizadores.

Hubiera sido interesante completar la exhibición con un ciclo de mesas redondas, donde participaran el jurado, los organizadores y algunos pintores. Conviene abrir ese espacio de discusión para los artistas y el público. Cierto que los objetivos de la bienal no alcanzan aún esa dimensión, pero dada la experiencia acumulada en estas actividades y la necesidad de enriquecer nuestro ámbito artístico puede pensarse ya en la próxima bienal como un acontecimiento integral, que ligue el dialogo con las exposiciones y los premios.