Tarzaán

Alejandro Villalobos

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Tarzaán

Suite de nubes y lluvia

Lo primero fue el paisaje. De la mano de Ricardo Chino Morales, en la Casa del Artista, hace 20 años. Pero a diferencia del maestro -a quien saluda reverencioso-, a Villalobos le interesa el paisaje húmedo, el tratamiento atmosférico, el volumen y la densidad de las nubes. El horizonte apenas se adivina porqué el protagonismo está en los cielos tormentosos cargados de agua, aunque no falta el cielo límpido sobre un paisaje que apenas se adivina en lontananza.

Lo segundo fue el grabado, técnica a la que regresa con absoluta libertad para transcribir el paisaje en formas esenciales, apenas sugeridas, en una marea de tonos sepias, verdes o azules que evoca la tradición de los clásicos.

Lo primero fue el paisaje, lo segundo fue y sigue siendo el grabado, lo tercero una obsesión: su pertinaz voluntad para experimentar. Hábil alquimista, Villalobos es diestro al combinar esmaltes industriales, barniz de poliuretano, asfalto y polvo de oro sobre soportes de melamina. Que nadie diga que no sabe pintar: allí está la mancha gestual y sugerente, los claroscuros frente a los colores iridiscentes, los reflejos y las sutilezas del pigmento aplicado como acuarela.

Lo cuarto es su taller-estudio, suspendido en el declive de una montaña. Una ola de azules y grises cuelga permanentemente de la ventana. Verde hasta donde la vista alcance.

Lo último es una suite de nubes y lluvias, estados temperamentales del tiempo. Joyas atesoradas en ventanas barrocas, en marcos-cofres. No es tierra ni es agua. Es tiempo que pasa. Y basta.

Rocío Fernández de Ulibarri