Tarzaán

Alejandro Villalobos

Crítica

Lo primero fue el paisaje. De la mano de Ricardo Chino Morales, en la Casa del Artista, hace 20 años. Pero a diferencia del maestro -a quien saluda reverencioso en esta muestra-, a Villalobos le interesa el paisaje húmedo, el tratamiento atmosférico, el volumen y la densidad de las nubes. El horizonte apenas se adivina porqué el protagonismo está en los cielos tormentosos cargados de agua, aunque no falta el cielo límpido sobre un paisaje que apenas se adivina en lontananza.

Lo segundo fue el grabado, técnica a la que regresa con absoluta libertad para transcribir el paisaje en formas esenciales, apenas sugeridas, en una marea de tonos sepias, verdes o azules que evoca la tradición de los clásicos.

Lo primero fue el paisaje, lo segundo fue y sigue siendo el grabado, lo tercero una obsesión: su pertinaz voluntad para experimentar. Hábil alquimista, Villalobos es diestro al combinar esmaltes industriales, barniz de poliuretano, asfalto y polvo de oro sobre soportes de melamina. Que nadie diga que no sabe pintar: allí está la mancha gestual y sugerente, los claroscuros frente a los colores iridiscentes, los reflejos y las sutilezas del pigmento aplicado como acuarela.

Lo quinto es su taller-estudio, suspendido en el declive de una montaña. Una ola de azules y grises cuelga permanentemente de la ventana. Verde hasta donde la vista alcance.

Lo último es una suite de nubes y lluvias, estados temperamentales del tiempo. Joyas atesoradas en ventanas barrocas, en marcos-cofres. No es tierra ni es agua. Es tiempo que pasa. Y basta.

En su obra reciente, Alejandro Villalobos toma distancia de los fondos alegóricos donde usualmente suspende objetos y personajes que aguardan o acechan al espectador, y regresa a una temática que caracterizó sus inicios: el paisaje.

Se trata de pequeñas joyas de delicada factura abstracta, una veta que Villalobos desarrolla con gran disfrute y evidencia la dificultad de tipificar el quehacer de este artista contemporáneo interesado en la versatilidad de los conceptos y los medios plásticos.

Villalobos inicia su producción a finales de los años ochenta y se consolida en la década actual, respaldado por exposiciones en Panamá, Venezuela, México y los Estados Unidos, entre otros países.

También ha sido merecedor de importantes distinciones: Mención de honor en el certamen El artista a través de los objetos. Galería Nacional del Centro Costarricense de la Ciencia y la Cultura (1999); Premio Bienarte, seleccionado nacional para la Bienal Centroamericana, Guatemala 1998; Distinción especial. Premio Brasil Arte 95; Gran Premio Salón de la Excelencia, Bienal L y S 1994; Mención de honor del Salón Nacional de Grabado Museo de Arte Costarricense 1989, y Mención de honor en la III Bienal Ly S 1988.

El trabajo de Villalobos no ha sido indiferente al medio local. Su lenguaje plástico y su personalidad, se han opuesto sistemáticamente a los discursos académicos y modernistas que perviven en el quehacer artístico actual.