Recién descifraba los elementos de la sintaxis plástica cuando conocí a Alejandro Villalobos, acuarelista de algún mérito, muy figurativo y mucho más sugerente en el grabado en metal.
Al inicio de nuestro desarrollo debía resultarnos simple la comunicación: A los dos nos sobraba ímpetu y nos urgía sutileza. Su sensibilidad exigía pulimento, como una joya en bruto.
Aún hoy, su trabajo ofrece el encanto de un trabajo abierto. Para el autor ha sido especialmente arduo y el resultado sigue siendo impredecible. ¿ Tenemos derecho o motivos para esperar algo de él?
Todo indica que Villalobos se impondrá en la plástica nacional como se impone en la vida. Su obra corre a un lado del abismo, mientras al otro la perseverancia lo eleva, paso a paso.
Es un enigma abierto: ¿A dónde desembocará su perenne experimentación con los materiales? ¿A dónde acabará un sensualismo que ha sabido pasar del aire metafísico de sus naturalezas muertas al prometedor expresionismo de sus nuevas mujeres?
La cuestión es incitante y uno casi no puede esperar para ver lo que pintará mañana. Su obra reciente demuestra que no defraudó a quienes confiamos en él, que ya hoy somos la gran mayoría.