Tarzaán

Alejandro Villalobos

Crítica

Por los cielos Alejandro Villalobos convoca a la lluvia en las paredes de la Galería 11-12

Alejandro Tarzaán Villalobos (1962) nos pinta un paisaje que visita casi a diario el marco de nuestras ventanas, pero que es poco habitual en los marcos de nuestras pinturas. Villalobos invita a la lluvia.

El artista nos presenta una colección de doce obras en gran formato cargadas de humedad en la Galería 11-12 (centro comercial Plaza Itskatzu, en Guachipelín de Escazú). Bajo el título de Al filo de la lluvia , el pintor quiere evocar esos momentos cuando el agua ha empezado a caer o, por el contrario, cuando se ha ido desvaneciendo.

Villalobos siente que al costarricense le falta ubicación en su entorno: aunque vivimos en un país en donde llueve la mayor parte del año, nuestros paisajistas nos pintan una Costa Rica de cielos azules y soles perpetuos.

“El tico ha obviado que el país donde vive es el de los nueve meses de lluvia y ha preferido vivir en el de los tres meses de sol”, observa.

Nos citamos con el pintor en horas de la mañana para huir de la lluvia vespertina, pero dentro de la galería nos encontramos con la amenaza del chaparrón en pleno.

Tensiones.

Las de Villalobos son atmósferas cargadas en donde las nubes, con sus anuncios de agua, se levantan, enormes, sobre las líneas bajas del horizonte. Son paisajes montañosos, y en la mayoría de las obras apenas se adivinan algunas figuras que remiten a los árboles.

A Villalobos le interesa dotar de atributos humanos al paisaje.

“Quiero lograr un diálogo, un dramatismo entre el cielo y la tierra; además, quiero representar el ‘humor’ del día según la apariencia de las nubes”, explica el autor.

Las nubes de Villalobos sugieren personalidades: las hay desgarradas con destellos dorados ( Luz, lluvia y niebla ); grises y resquebrajadas con la plata del rayo ( Lluvia y relámpagos ), o tironeadas en copos oscuros ( Tormenta sobre la selva ).

Hay atmósferas creadas que podrían sugerir una abstracción. Sin embargo, el artista sujeta el carácter de representación por medio de la línea del horizonte. Quizás sea, más bien, que las propias nubes son las que nos pintan un paisaje abstracto en el firmamento.

Villalobos empezó su formación en la Escuela Casa del Artista a los 15 años de edad con el profesor Ricardo Chino Morales Alvarado, pintor que en ese tiempo ejecutaba muchos paisajes. “Puede que este tipo de obras que presento ahora sean un homenaje inconsciente a él, que fue mi primer maestro”.

Villalobos siente que el paisajismo no es valorado en el circuito del “arte contemporáneo”, aun cuando su tratamiento sea novedoso.

El artista cuenta que se inauguró en estos panoramas húmedos con un cuadro que pintó en 1987. No obstante, la serie que más se hermana con Al filo de la lluvia es Suite de nubes y lluvia , una colección de miniaturas sobre plástico laminado que había presentado en 1999.

“Los mayores retos fueron pasar del formato mínimo a lo amplio y lograr los acabados de una superficie lisa en la porosidad de la tela”, cuenta sobre esta muestra, que trabajó entre el 2006 y el 2008.
Heterodoxo.

La técnica usada por Villalobos es poco usual. El artista pinta con la tela sobre el suelo, usa brochas gruesas para preparar las grandes áreas de color en el fondo de sus cuadros y se vale de ventiladores para mover las manchas superficiales sobre el lienzo.

El viento que moldea las nubes en el cielo es el mismo que moldea las del artista en sus cuadros. “Son métodos poco ortodoxos, pero el ser humano inventa las herramientas que mejor se le adecúen”, afirma.

Los materiales también son poco tradicionales: pintura asfáltica (impermeabilizante de carrocerías), tintes de madera con base de thiner , esmaltes industriales y polvos de metal dorado y de plata.

El pintor está consciente de que usa materiales sintéticos y contaminantes para plasmar un ambiente que remite a lo natural y lo puro. “Yo soy pesimista en cuanto al futuro del ambiente, y esta es una manera de hacer una ligera protesta. Es como hacer un autorretrato con mi propia sangre”, sostiene.

Villalobos explica que su experiencia en el grabado –especialidad que estudió en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica– le inspiró la experimentación con nuevos pigmentos y le enseñó el rigor de la técnica.

“La experiencia del taller de grabado nos dio la escuela necesaria para experimentar en beneficio del discurso”, reconoce Villalobos. Él compartió estudios con creadores como Joaquín Rodríguez del Paso y Claudio Fantini, bajo la guía del profesor Juan Luis Rodríguez

Introspectivo.

Villalobos sabe que incursionó en el sobrepoblado territorio del paisajismo, pero confía en las humedades de su pintura.

El galerista Mario Matarrita explica que el paisaje tradicional, de tonos amarillos y cielos despejados, provoca que la gente mire hacia el exterior. “Por el contrario, las pinturas de Tarzaán invitan a la introspección; son atmósferas intimistas que meten a la gente en estados de recogimiento”, contrapone.

Salimos de la galería y el cielo de Guachipelín parece inspirado por un verso de Fidel Gamboa: “Huele a agua, y en el cielo braman tambores de trueno”. Empieza a gotear, y el firmamento se parece mucho a una imagen recién vista.