Se lo debía. Desde que observé su trabajo hace dos años en Miami, en compañía de Aída Fishman y Liliana Barrantes, representantes del programa Costa Rica en el arte, me pareció un individuo interesante, sumido en sus propias búsquedas, sutil y ordinario a la vez, imaginativo y prosaico, audaz y contenido, sofisticado y vulgar, un creador de extremos, en fin, alguien a quien había que apostar a futuro porque estaba caminando por un sendero que reclamaba atención.
Ahora lo demuestra y hay quienes dicen en el medio -vaya dificultades de este espacio donde críticos y creadores se despedazan entre sí y entre unos y otros-, que es un pintor de un solo cuadro, Pero no es cierto, Alejandro Villalobos es en efecto ahora el pintor de un solo premio, pero de múltiples menciones, no solo en pintura, sino también en grabado, una disciplina en la que incursionó durante mucho tiempo y no sin logros.
No es un improvisado, viene desde atrás, luchando contra su propia extracción social, intentando abrirse paso en el arte a base de lo que él mismo llama: “Mi intuición. No soy un intelectual, no soy un tipo de ideas o razonamientos complejos, confío en mi intuición. Ella me lleva y me trae, me hunde o me saca a flote, es lo que me empuja a seguir adelante.” Inició su camino en la Casa del Artista, bajo la supervisión del Chino Morales, ese otro marginado y a la vez respetable creador de nuestra plástica. De él, "más que técnica aprendí actitudes. Me enseñó a mirar el arte, a ser crítico, a plantearme las cosas de una manera diferente. Por supuesto que hice paisajes y no se vendían mal, pero eso no me llenaba internamente", explica.
Después llegó a la Universidad de Costa Rica, donde "decidí estudiar grabado en lugar de pintura, algo que siempre consideré una decisión acertada. Allí mi maestro fue Juan Luis Rodríguez, una persona difícil, a quien había que ganarse con trabajo. Era muy importante cuando él se acercaba a uno y le decía algo significativo acerca de lo que se estaba haciendo. Nunca fue una persona complaciente y aprendí mucho de él", afirma.
Luego la pintura
Quizás lo atractivo de su pintura se deba precisamente a que no la estudió formalmente, sino que primero la intuyó -y lo sigue haciendo- y luego la atacó con fuerza; su experiencia en el grabado le dio una dimensión rigurosa a sus acabados, pero como él mismo lo señala: "No se puede pretender ser un artista serio, al menos en este país, solo con el grabado. Don Paco Amighetti o Juan Luis son las excepciones, pero yo no lo soy y a mí me han escamoteado muchas cosas. El mismo Rudy Espinoza está volviendo a la pintura. Decidí retomar a la pintura y plantearme la creación de una manera diferente. Ahora me siento a gusto y afortunadamente Jacobo Carpió ha decidido apoyarme y representarme en el extranjero. Usted sabe, yo vendo más fuera del país que aquí. Por ejemplo, la Bienal no me ha servido para promocionar mi trabajo, aquí en el país llevo rato que no vendo un cuadro, pero bueno, eso no me preocupa, siempre he sido un pintor por convicción, que vive para pintar, pero que no necesariamente vive de la pintura."
Y debo señalar que su trabajo actual me sedujo. Sus búsquedas me atraen, sus fondos me impactan, así en su condición de presencias planas, básicamente, sin texturas, pero subyugantes, sobre las cuales sobrepone objetos cotidianos, figuras de la memoria, desde coches de bebé hasta triciclos; él va de la infancia a la violencia, desde el banano que se desprende de su racimo hasta el falo que cae producto de la acción de una mujer agredida por el amor que ella misma escogió tener en su lecho atención Lorena. Esto lo llaman algunos oportunismo, pero a mí ahora me parece audacia, inteligencia y sobre todo, buenas soluciones formales a un problema más que cotidiano. El se atreve y da rienda suelta su fantasía, que no olvida la memoria, que se hunde en el pasado y se rescata a sí misma.
Alejandro está sumido en su propia búsqueda, finalmente obtuvo un premio, pero me parece que su actitud básica no ha cambiado -afortunadamente-, insiste en la pintura, en ser un artista, así, a partir de la intuición, obligado a seguir adelante. El año pasado su obra se exhibió en Venezuela y este año viajó a España. Me parece que cuando este texto aparezca estará en México y hace unas semanas estuvo en la Bienal de La Habana. Jacobo lo promociona, lo ayuda, lo impulsa y él trabaja en su estudio con vigor, con convicción, determinado a hacer pintura aunque los coleccionistas nacionales no se interesen por ella y los colegas lo ignoren.
Él es un espectáculo, un hombre ordinario y extraordinariamente sensible a la vez, tierno y violento. Aunque tiene sus méritos en la actualidad, sigue siendo un proyecto a futuro, porque sus mejores creaciones aún están por venir. Por lo pronto, lo que está haciendo nos satisface y nos alimenta, nos dice que Tarzán -así le dicen en el medio- ya no vive en los árboles sino que habita las telas con la fuerza de la jungla y la sobriedad de la mente.