Tarzaán

Alejandro Villalobos

Crítica

Alejandro Villalobos , Pintura

Tarzán y los fotógrafos

Por Juan Bernal Ponce | Junio 1997

La fotografía revolucionó el mundo del arte cuando apareció en el siglo XIX. Grandes de la pintura, como Degas, recibieron el impacto de las “instantáneas”, esa captación fugaz e inmediata de la realidad congelada en una centésima de segundo. Ningún dibujante podía competir con eso. Los publicistas se apropiaron del medio y hoy vemos buses circulando con fotos digitales adheridas a su volumetría. Anuncios rodantes.

Los artistas de los 50 la recuperaron para introducir segmentos de realidad “objetiva” en los collages serigrafiados. Así, la foto fue enriqueciéndose por la amplia gama del 70-B, definitivamente descalabrado en un horrendo accidente.

Alexander Sanabria opta por medios más tradicionales e intenta novedad con unos marcos de solidez hercúlea. Estos sostienen en el espacio, impresiones a color muy destellante, en las que los procesos secretos del cuarto oscuro llevan la delantera a una temática vaga e indefinida.

Las anatomías de Karla Solano ponen una nota neoclásica al conjunto, una presencia escueta, una presentación siempre impecable. Diríamos que asoma el agotamiento del recurso ingenioso que emplea.

Tarzán Villalobos es el más desafiante del cuarteto fotográfico. Ha llenado el vestíbulo de instalaciones fotográficas ingeniosas y disímiles, buscando la manera de imbricar las fotos con objetos de evidente sugerencia errática, doméstica y a veces sociológica. Da en el blanco con ese perchero donde, en lugar de prendas femeninas, cuelgan desnudos, y con el baúl de contrabando. En otras piezas cae en lo obvio: los enmarcados de abuelita y los frascos de colores. Al igual que Walter Hidalgo Xirinach, es un artista que sustenta su quehacer con teoría; en el catálogo nos regala con un principio artístico de lúcida salud mental: “Me importa un carajo lo que los demás piensen”.