Tarzaán

Alejandro Villalobos

Crítica

Paisaje , Pintura

El elogio del verde presente

Por Rocío Fernández | Junio 2012

Alejandro Villalobos vuelve por sus fueros en "Nexus", que se expone en la Galería Nacional (Museo del Niño).

Porqué “Nexus”? Sin dudarlo, Alejandro Villalobos va al grano.

-Es el artista en su hábitat.

Conocido en el medio artístico como “Tarzaán” -agresivo, brutalmente honesto, deslenguado, salvaje pero encantador y afectuoso-, algunos pensarán: el personaje recrea feliz su bosque, su selva húmeda, su páramo nuboso.

Pero el paisaje no es tema nuevo en la trayectoria plástica de Alejandro. Está presente en sus inicios y volvió a él en su última exposición individual, “Suite de nubes y lluvia” (Galería Alternativa, 1999). Los grabados y pinturas (esmaltes industriales) sobre soportes de melamina de pequeño formato de esa colección fueron hechos con una concepción estética preciosista. El panorama se adivinaba por medio de manchas ges- tuales. Más que la realidad, el cielo y el paisaje en lontananza interpretaban un diálogo paradisiaco bajo una luz levemente impactante, cegadora e íntima.

La verdad es que Alejandro regresó al bosque húmedo buscando sensaciones que lo despertaran de un letargo creativo. Estar enfermo -la columna vertebral y un brazo limitados de movimiento- lo había sumido en un prolongado periodo de inanición. Luego de dos años sin pintar, en los senderos del Zurquí empezó a sentirse vivo. En el receptáculo del bosque recuperó la conciencia de su aliento creativo. Horas viendo el agua, escuchando la luz, sintiendo el viento, el frío y el calor. Una receta de vida profundamente aleccionadora.

“Empecé observando y pintando vistas panorámicas. Terminé concentrado en los detalles iluminados por una luz extraordinaria, unas veces agresiva, otras lírica y, por lo general, serena”.

De tanto mirar, el bosque le devolvió la mirada. Y esa colección de imágenes, llamada “Nexus”, la exhibe en la Galería Nacional durante el mes de mayor.

Intimidad

El espectador podrá sentirse identificado o distante al tema pero en ningún momento indiferente frente a la atmósfera de intimidad que caracteriza la muestra.

Las afiladas partículas de luz de los fondos están hechas a base de polvo de oro, barnices, óleos y esmaltes. Una técnica que el artista maneja sin sorpresas desde hace diez años. En algunos fondos se advierten hasta tres dimensiones. Manchas, frotes, chorretes, barridos, sombras y luces crean múltiples atmósferas de intimidad. A la sombra, el agua es opaca, de un gris verdoso oscuro. El engalanado y el abandono crean una atmósfera de realidad íntima.

Bajo una luz iridiscente, a veces cortante y otras difusa, los colores de la naturaleza resplandecen o palidecen. Alejandro logra crear una extraña aura por medio de acentos transparentes, escobazos (pintura aplicada con escoba), pulidos, frotados, chorreados. En algunas de las obras, los detalles (lianas, bejucos, lirios) cobran una presencia definida en primer plano, al ser dibujados con formas ligeramente más precisas. Son personajes silenciosos sobre el agua y sus ondulantes reflejos, figuras de carácter más pictórico balanceándose contra un jardín o un tráfico acuático de fondo.

Sin renunciar a su vocación gestual, en la muestra se observan dos tipos de trabajo: uno de referencia más realista (diseños más controlados) y otro más abstracto (imágenes más libres y lúdicas). Ambos tratamientos coinciden en la creación de atmósferas sencillamente poéticas.

El artista tampoco renuncia al humor -en su trayectoria a veces negro, otras perverso y con clara intencionalidad capta un pato de bañera sobre un horizonte de brumosos verdes flotantes. Es el fastidio de la contaminación. Los lirios animados parecen clavos, silenciosa piña de pasajeros errantes, y la niebla verde alude al espíritu travieso y juguetón del autor.

Alejandro Villalobos ha hecho de su quebranto de salud un suceso vital y creativo. Ha vuelto a explorar con sinceridad un tema que le pertenece. En su taller, una serie de protagonistas enrollados dan cuenta de otra exposición pendiente. Como el jazz, lleno de improvisaciones geniales, matices y modulaciones, pertenecen al lado oscuro de su caligrafía. Son seres ansiosos de libertad: surfistas, bañistas y vigías en actitudes paródicas, angelitos peligrosos, personajes en forma de globo, diseñados con una despojada hermosura.