Tarzaán

Alejandro Villalobos

Crítica

Alejandro Villalobos nos ofrece una obra en la que propone un interesante planteamiento acerca de lo natural, la cultura; lo urbano, la selva, la pintura tradicional y la dimensión de lo privado y lo público como espacio para el diálogo entre el espectador y lo artístico.

Estos pensamientos frente a la relación entre lo humano y la naturaleza se inician muchos años atrás en la vida artística del pintor.

Villalobos ha pintado el paisaje desde hace más de una década; en este momento en los inicios de los noventa, Alejandro comenzó realizando pinturas en las que es notable la relación de la obra con los principios estéticos de la idea de lo sublime. En esta serie de pinturas se resalta las fuerzas telúricas del planeta, sus territorios vírgenes, la energía de la tierra, su capacidad de renovación y destrucción. Pintadas con asombro y sobrecogimiento, las telas revelan lo grandioso de la naturaleza, su inmensa fuerza y su fascinación abrumadora. En ellas, el volcán, la selva, el lago, la tormenta, el abismo, son invadidos por piezas de aluminio que “cortan” la continuidad del lienzo e “interrumpen” las manchas de color otorgando una dimensión distinta a las calidades pictóricas que caracterizan los lienzos.

Las cordilleras, cielos y densas nubosidades se contrastan con el brillo de los productos de la industria, tantas veces conseguidos con un daño fuerte a la estabilidad de la naturaleza. En estos paisajes se plantea por medio de recursos como el contraste y la yuxtaposición el diálogo naturaleza-cultura desde una actitud que emana de una poética personal que busca glorificar lo natural.

Años después Villalobos continúa con el paisaje, ahora desde una nueva perspectiva en la que se destaca la sensación del color y la luminosidad del bosque vistos desde la entraña misma de su verde interior. En esta producción, el pintor se adentra en frondas y macizos del bosque tropical y escudriña las infinitas variables del color y la luz, confiriendo un espíritu de grandiosidad y misticismo al entorno mediante el uso del dorado para el tratamiento de la luz.

Las vibraciones que captamos en este paisaje se solazan en pequeñas cascadas, senderos y claros contrastados con las frondas luminosas, logrando una sensación lírica que responde a la actitud reverente del autor.

La sensación apunta hacia una disposición personal afectiva vinculada a la naturaleza, y en sus matices, se descubre diversos sentimientos emociones y estados mentales. El color, la mancha y la pincelada enfatizan la imagen de lo natural siempre unida a lo afectivo-personal y no como un fenómeno descriptivo.

Frente a lo abundante y denso de la selva tropical, la síntesis de la forma y el planteamiento de figuras arquetípicas finalmente acentúan una recreación simbólica de una actitud frente a la vida y una sugerencia para la convivencia entre lo humano y lo natural.

Además, la forma de captar los ciclos del agua y la constante transformación de lo vivo parece reflejar la comprensión de ciclos semejantes en la vida de los hombres. La experiencia del asombro, la quietud, la paz y el drama parecen hablar de las ideas de lo bello y lo sublime presentes en la estética romántica. En esta serie Villalobos plantea -a través del paisaje- una construcción intelectual que aúna las posibilidades del diálogo entre los hombres y la naturaleza.

La presente exposición da un giro a las ideas anteriores sin perder las pautas que dieron solidez a las propuestas previas. En esta ocasión, el lienzo se vuelve tridimensional, al constituir un cilindro- columna de naturaleza pictórica que hace las veces de árbol, tronco, liana, fronda y luz.

Con esta propuesta, una vez definidas las relaciones espaciales, el conjunto de pinturas se convierte en un bosque que nos invita a penetrarlo, recorrerlo y meditar.

Conformado de esta manera, el “bosque pictórico” se ha instalado en la ciudad: Alejandro ha decidido llevar su pintura y su arte al corazón mismo de lo urbano. Así, el grupo de pinturas-esculturas define un nuevo espacio al ser instalado en los lugares públicos josefinos junto a las calles y edificios para sorpresa de público y transeúntes.

Las pinturas cambian su habitual situación y formato bidimensional para convertirse en espacio real en el que podemos penetrar para vivenciar la experiencia del bosque aún estando en el interior del ámbito urbano.

La propuesta generada posee entonces un proceso que se inicia antes de la exhibición en la galería, pues verdaderamente comienza con la “toma” de la ciudad que el artista hace al instalar sus troncos-pintura en diferentes puntos de la capital.

Villalobos persigue abordar el espacio público con el arte, posesionarse de él y establecer un diálogo con el espectador.

En la galería, Villalobos recrea esas acciones “clandestinas” y nos permite atisbar en el asombro y el estupor de la gente al encontrase en los lugares por donde habitualmente transcurren, un espacio que es natural y cultural a la vez, puesto que nos remite al concepto de bosque, a la construcción cultural de paisaje, a la naturaleza y a la trama de la ciudad.

La propuesta cubre otros aspectos como la relación entre lo natural y la explotación que hacemos de esto utilizando la relación entre el soporte cilíndrico –producto industrial- y la pintura que sobre él se realiza, creando una antinomia entre el deseo de conservar y la necesidad económica de transformar y producir lo natural para crear el ámbito de lo humano. La creación de lo uno requiere la destrucción de lo otro.

La selva de Villalobos no es real, sin embargo; como elemento visual y simbólico nos conduce a lo natural y lo replantea en espacios que fueron naturales antes de que la ciudad fuese un hecho y un “hábitat” de los seres humanos.

Villalobos conserva recursos e ideas que su arte posee desde hace mucho tiempo y a la vez se renueva buscando la transformación de la constante con variables que remozan la producción y la hacen diferente; continuidad y cambio se amalgaman así para darle consistencia a su producción.

La actitud experimental seria lleva a Villalobos a consolidar una fuerte relación entre soportes e ideas que catapulta la integración holística de la propuesta y que concluye con la hibridación de lo pictórico, lo escultórico, los espacios usualmente dedicados al arte, junto con aquellos que usualmente no son espacios para lo artístico; además indaga en las complejas dimensiones de nuestros conceptos acerca de lo natural, lo cultural y las ideas construidas socialmente en torno al arte, la representación del paisaje y la conservación de la naturaleza.

De esta manera el pintor adopta una actitud crítica de repercusiones político-sociales al aludir a nuestro discurso de protección y conservación de lo natural y a nuestras acciones cotidianas de continua destrucción y negación de ese discurso.

En el espacio de exhibición, las columnas pictóricas construirán un bosque virtual y en las paredes, fotografías de las “apropiaciones de lo urbano” -realizadas durante el proceso que precede la exhibición- remitirán al espectador de galería al otro espectador que en el tejido de lo urbano se sorprendió al encontrar sus sitios de desplazamiento “invadidos” por el bosque cultural de la pinto-escultura.

Una vez terminada esta primera propuesta –en su fase de exhibición- el autor pretende continuar “asaltando” los espacios urbanos; ahora con la legitimación de la propuesta exhibida por las instituciones que instalan lo artístico en el medio cultural, y entonces, “poblar” la ciudad de su “naturaleza artificial”, de su bosque simbólico en busca de una conciencia frente al fenómeno de la explotación de los recursos naturales.