Una muestra de artistas costarricenses con una interpretación libre sobre el paisaje de Costa Rica, fue exhibida recientemente en el atrio del Banco Mundial, en Washington.
La pintura de paisaje ha ocupado un lugar importante en el desarrollo del arte costarricense.
Al igual que en otros países de Latinoamérica, el paisaje se convirtió en símbolo de la identidad nacional.
La pintura costarricense de paisaje crece y se afianza en la primera mitad del siglo XX, rescatando la casa de adobe como metáfora de la nostalgia del paso de una sociedad tradicional hacia la modernización.
Una escuela de paisaje, centrada en la pintura de acuarela, con la que simpatizan gran cantidad de pintores y alentada por la escuela de Bellas Artes, domina la expresión pictórica costarricense por muchas décadas.
En los últimos veinte años, una nueva generación de artistas trata de nuevo el paisaje; más ahora desde una perspectiva diferente.
No se interesan ya por transcribir la topografía o la riqueza lumínica de un área. Estos nuevos pintores visualizan el paisaje desde una perspectiva conceptual y simbólica, en la que, las formas naturales expresan preocupaciones, conciencia, ideas y sentimientos personales, dentro de enfoques informados por la ciencia, la problemática social o la expresión de una poética individual.
La importancia creciente de las nociones esenciales de la ciencia ecológica y su difusión, lleva a una concepción distinta de las relaciones con la naturaleza y sus fenómenos.
Los pintores de paisaje contemporáneos plantean su obra vinculada a su percepción de la problemática hombre- naturaleza.
Dentro de este grupo de jóvenes pintores, destaca la obra de Jorge Rojas, Marité Vidales y Alejandro Villalobos.
La pintura de Rojas crea un mundo armonioso y equilibrado que descubre los vínculos esenciales y la unidad integral de los elementos de la naturaleza. En sus telas, árboles y peces, lluvia y sol, noche y día conviven en simultaneidad que manifiesta la interacción e interdependencia de los elementos de la vida. Configura así un universo pictórico, una especie de cosmos cromático en el que impera el balance y la simetría como metáfora del orden de la vida.
Los colores de este paisaje no son descriptivos, la intención no es narrar una escena o describir un panorama. Las figuras son el resultado de una síntesis que busca la esencia primigenia de las cosas. Los recursos del lenguaje, color, línea, textura, composición, relaciones espaciales, se estructuran para comunicar el ideal armónico de un cosmos de hermosa urdimbre.
En la obra de Rojas, los árboles ancestrales, vigorosos y pletóricos de vida, como en las culturas de la antigüedad, simbolizan la fuerza y energía de los ciclos y el dinamismo de lo vivo, lo mismo ocurre con sus animales, efigies emblemáticas de los seres y procesos naturales.
Jorge Rojas construye la superficie pictórica e imprime sobre ella su particular interés en la simetría, las formas geométricas, el color, la textura confiado en la capacidad de evocación poética de la pintura. En el orden ideal que Rojas logra crear en su pintura se implica su nostalgia por una relación armoniosa del hombre con su entorno.
Desbordante Energía
La pintura de paisaje de Marité Vidales, inicia con sus trabajos de graduación en los que una naturaleza intensa y fantástica, desbordante de energía, inunda los lienzos con una fuerza excepcional que recuerda la intensidad cromática del fauvismo.
El paisaje actual de Vidales, conserva la energía vibrante del color y la misma luminosidad y brillo de las tintas, mas añade una atmósfera de misterio, de carácter onírico que otorga una magia a las imágenes pintadas. Algunos de estos lienzos, presentan zonas o espacios geométricos que separan figuras del resto del paisaje generando a veces, una especie de tensión visual que coincide con la oposición entre la fuerza telúrica y descomunal del volcán - símbolo de la energía de la madre naturaleza- y las áreas en cuyo interior aparecen las hojas de las musáceas que cultivan los hombres.
La autora declara que las áreas y el contraste entre elementos macro y micro, representadas por el volcán-montaña y la hoja de plátano, obedecen ' desde su perspectiva a opciones vinculadas con la estética de las formas, el recuerdo del paisaje costarricense y la composición armónica del conjunto plástico. Ciertamente en su obra el color posee una dimensión estructural que no busca la descripción del objeto y las figuras forman frisos de movimiento y cadencias interesadas en la armonía del conjunto visual.
Si exploramos otras interpretaciones, en la oposición mencionada, entre lo natural telúrico y el uso que hace el hombre del entorno, se articula la problemática de la naturaleza y la acción humana. La separación de las figuras en áreas y el contraste estructural-jerárquico del diseño de los espacios define una especie de conflicto entre la función metafórica del espacio sementado y la seducción de la riqueza del color que confiere un acento mágico y misterioso a las telas. Esta tensión, seducción y dualidad conceptual asocia la pintura de Marité con el más genuino paisaje romántico. Una vez más, las formas del paisaje, sirven al pintor para expresar su concepto sobre la problemática naturaleza /cultura y manifiestan la posición o apreciación personal acerca de un componente importante de la vida contemporánea.
Alejandro Villalobos capta en su pintura de paisaje, los parajes virginales del verdor multifacético e inigualable de los bosques tropicales. Sus pinturas de paisaje deslumbran con la sensación de luz que logra transcribir una especie de luminoso himno a la naturaleza.
Parajes virginales
Los senderos y parajes, las cascadas y los remansos de aguas; las frondas de mil matices del verde y dorado conforman una poética que nos informa de una relación afectiva personal en la que, la intensidad de lo vivo sirve de metáfora que esconde estados anímicos, afectivos y mentales. El color y el uso de mancha y pincelada en estos paisajes nos plantean el alejamiento de la forma descriptiva y conjuntamente con la síntesis que abstrae los objetos, nos revela la idea medular de su paisaje. En la síntesis de color y luz que pinta Villalobos, se perfila una sensibilidad notable, y una propuesta de comunión hombre-entorno que actúa a manera de bálsamo que reconforta el espíritu.
La referencia a las estaciones, al ciclo de renovación constante, al contraste de lo seco y lo húmedo, se asimila a la comprensión de ciclos semejantes en la existencia de los hombres. Los paisajes de Villalobos nos conducen al asombro, la quietud, la contemplación y el reposo. Algunos de ellos, especialmente aquellos que tratan las zonas altas nubosas se acercan al drama esencial de la estética de lo sublime. Al igual que en Vidales y Rojas el paisaje de Alejandro Villalobos es una construcción intelectual, estructurada para manifestar pensamientos y emociones elaboradas alrededor del diálogo naturaleza y seres humanos.
Rojas plantea una especie de utopía dominada por el orden y el equilibrio, Vidales celebra el ímpetu de lo telúrico y se interesa en el efecto estético de lo natural transformado en pintura. Villalobos crea un ambiente lírico, que -a manera de loa a la vivencia de lo natural- restaura lo espiritual en el individuo y le pone en contacto con la energía esencial de la vida.
La suma de los paisajes ilustra las múltiples formas en que sensibilidades pictóricas distintas se vinculan a través del color, el espacio, la textura y la forma con la naturaleza para decirnos lo que piensan y sienten de su experiencia con la Madre Tierra.